PARA EL LECTOR PRINCIPIANTE
Sea un conjunto G (finito o infinito). Suponemos que para cada par de
elementos a y b de G está definido unívocamente un tercer elemento de G,
llamado suma del elemento a y del elemento b y que denotaremos por a + b. Que
está definido unívocamente significa que hay un único tercer elemento para cada
par a y b, aunque ese tercer elemento puede ser unívocamente el asociado a otro
par c y d, distinto de a y b. Cuando para cada par de elementos de un conjunto
se define unívocamente un tercer elemento, hablamos de una operación binaria.
Por último vamos a suponer que esta operación de adición (es decir, la
operación que a cada dos elementos a y b de G le hace corresponder el elemento a
+ b) satisface las siguientes condiciones:
I) PROPIEDAD ASOCIATIVA: Dados tres elementos arbitrarios a, b, c de G
vale la relación ( a + b ) + c = a + ( b + c )
Si designamos por d al elemento de G que es igual a a + b y por e al
elemento de G que es igual a b + c, entonces la igualdad anterior nos asegura
que d + c y a + e
son el mismo elemento de G.
II) EXISTENCIA DEL ELEMENTO NEUTRO: Entre los elementos del conjunto G
existe un elemento llamado elemento neutro y denotado por 0, tal que satisface
a + 0 = 0 + a = a, para
todo elemento a de G.
III) EXISTENCIA DE ELEMENTO OPUESTO PARA TODO ELEMENTO DEL CONJUNTO:
para todo elemento a de G, existe un elemento -a de G que satisface:
a + (-a) = (-a) + a = 0
Se llama grupo a un conjunto G en el que está definida una operación de
adición que satisface las tres condiciones que acabamos de enunciar. Estas condiciones
reciben el nombre de Axiomas de definición de grupo.
Si un grupo G, además de cumplir sus tres axiomas de definición, satisface
la siguiente condición:
IV) LA PROPIEDAD CONMUTATIVA: a + b = b + a, para todos los elementos
de G, se llama grupo Abeliano o conmutativo. (En honor del matemático Abel)
Se dice que un grupo es finito si tiene un número finito de elementos,
en caso contrario se dice que es un grupo infinito. Se llama orden de un grupo
finito, al número de sus elementos. (Esto último no es una definición rigurosa,
ni siquiera es una definición. Un conjunto es infinito cuando un subconjunto
del mismo -que no agote el conjunto original o lo transforme en finito- puede
ser coordinado elemento a elemento con el conjunto que lo contiene. Veamos un
ejemplo: existe un conjunto de números llamado el conjunto de los números
naturales, que todos conocemos: 1, 2, 3, 4, 5, ..., n, ....; también existe un
subconjunto de los naturales que es el de los números cuadrados. Los números 5
y 7 del conjunto de los naturales, por ejemplo, no son cuadrados de un número
natural. Intuitivamente parece que los cuadrados son menos numerosos que todos los
números naturales; pero apareemos cada cuadrado natural con el natural que es
su raíz: 1 y 1; 2 y 4; 3 y 9; 4 y 16; y así sucesivamente. Si ponemos estos
pares como sucesiones paralelas vemos algo contrario al sentido común:
1 2 3
4 5 6 7 ........
1 4 9
16 25 36
49 ........
Si bien no se puede negar que los cuadrados son una parte de todos los
números naturales, los hemos "contado" uno a uno con todos los
naturales; por lo que es evidente que ambos conjuntos tienen la "misma
cantidad de elementos". Dicho sea de paso: el sentido común es la
impresión o conocimiento aparente que dejan nuestros sentidos sin el análisis
de nuestra mente. "Buen sentido" es lo que permite distinguir la
verdad de la apariencia sensible: no es el Sol el que gira alrededor de la
Tierra sino la Tierra que gira alrededor de un eje propio, dando la ilusión de
un Sol que nos rodea. El uso común ha confundido "sentido común" con
"buen sentido", pero la expresión que corresponde realmente es "buen
sentido" si queremos dar a entender coherencia lógica y profundidad de
pensamiento, separación entre realidad y apariencia.
Tampoco puede hablarse de "número de elementos de un
conjunto". Este es un tema muy
controvertido y hay varias propuestas de solución para el mismo problema. Una
de ellas es definir lo que se llama la potencia de un conjunto: 0 para el
conjunto vacío, 1 para el conjunto que tiene por elemento al conjunto vacío, 2
para el conjunto que tiene por elementos al conjunto vacío y el conjunto que
tiene por elemento al conjunto vacío, etc.(¡Escribirlo!) Luego, cualquier otro
conjunto puede ser apareado con alguno de estos modelos, cuando se logra esto,
decimos que tienen la misma potencia; o sea, que se puede establecer una
correspondencia biunívoca entre sus elementos.
También debería definirse el grupo para una operación binaria
cualquiera "*". En ese caso, el elemento neutro se designa
"e" (inicial de la palabra alemana einheit, que significa unidad).
Puede usarse también terminología multiplicativa, en cuyo caso e resulta ser 1:
(1. a = a . 1 = a) y (-a) cambia a 1/a = a^-1
«EL CONCEPTO DE GRUPO Y LAS ARTES
Los pitagóricos decían: todo es número. Hoy, podríamos al mismo tiempo
precisar y ampliar este pensamiento, y
decir: todo es grupo. En efecto, los conceptos por medio de los cuales
vemos y formamos el mundo tienen el carácter de grupo. Tomemos primero el
espacio que constituye lo que se llama ordinariamente el mundo exterior y al
cual le da realidad. Este espacio es una esfera cuyo centro está en todos lados
y su límite en ninguno. Es decir, que es ilimitado y que cada punto es un
centro de simetría rotatoria de él. Se puede agregar que cada plano es un plano
de reflexión de él y cada recta un eje de revolución. Imagínese ahora un
segundo ejemplar de este espacio que mueva en el primer espacio, supuesto
rígido y en reposo. Un movimiento del espacio móvil consiste entonces en el
conjunto de una posición inicial y una posición final, cualquiera sea la manera
en que se ha efectuado la transición. Al espacio móvil, en su posición final,
se le puede imprimir un movimiento nuevo que lo lleve a una posición nueva, que
será la tercera contando como primera a la posición inicial. Evidentemente,
existe un movimiento formado por la posición inicial y la tercera posición, que
recibe el nombre de producto de esos movimientos. El movimiento inverso del
primero consiste en la transición a partir de la segunda posición y hacia la
primera. Es por esto que se dice que los movimientos del espacio forman un
grupo.
En todos lados en donde entramos en posesión de un mundo independiente
de nosotros, necesitamos aplicar conceptos que tienen el carácter de grupo. Es
que no vivimos en el instante, sino que somos seres históricos dotados de
facultades adquiridas que deben ayudarnos independientemente del tiempo y del
lugar. Estas facultades deben ser aplicables en cualquier momento y lugar, y
por consecuencia los conceptos tienen, a priori, el carácter de grupo. Lo que
el espacio es para el mundo exterior, es decir su forma y su condición
necesaria, lo es el número para el mundo espiritual. Plotino llama a estos dos
conceptos pro-toposis, palabra intraducible, a menos que se quiera formar una
expresión bárbara como pre-espacificación. Ellos ofrecen el marco que ordena un
gran desorden. Toda filosofía que quiera degradar a las matemáticas debe, ante
todo, destruir la noción de orden, como lo hace Bergson, quien habla de
desorden = dos órdenes; es decir que el desorden es un orden del mismo rango
que el orden, no es más que un orden inesperado o incomprendido. Pero, ¿qué
diferencia hay entonces, por ejemplo, entre el ruido de los instrumentos de la
orquesta antes de comenzar el concierto y la sinfonía que le sigue? Dejemos,
pues, los juegos de palabras y continuemos admirando el orden y la belleza de
las obras maestras de la naturaleza y del arte.
Los números que constituyen el mundo interior forman grupo con respecto
a la ley de adición. En efecto, en la sucesión ilimitada de los números
positivos y negativos existe la posibilidad de traslación. Cada número es
centro de simetría del conjunto de los números y está rodeado de idéntica
manera por este conjunto. La realidad nos es revelada en un principio por
nosotros mismos, cuando no conocemos más que el Yo, y por tanto en Uno. Pero,
¿cómo vivificar entonces el mundo exterior y cómo ubicar a otros individuos? El
concepto de espacio nos permite ubicar otro hombre como objeto exterior, pero,
¿cómo darle un alma y un Yo? Para tener la posibilidad de decir: he ahí un
hombre como yo mismo, tenemos que disponer del concepto que nos permita
contarlo junto con nosotros y decir: lo que él es ante mí, lo soy yo ante él.
Es, por tanto, el principio del contorno idéntico el que nos permite proyectar
nuestro Yo, es decir este Uno. Supongamos que todo no sea más que un sueño
nuestro –el concepto de espacio no excluye esta posibilidad- ; entonces,
nuestro prójimo no sería más que un sueño y yo mismo, hallándome frente a él en
la misma posición, yo no sería más que el sueño de un sueño. Ahora bien,
nosotros sabemos directamente que existimos, por lo tanto es necesario que el
otro exista igual que yo. Es este silogismo el que nos revela el yo de nuestros
semejantes y el niño lo aprende desde su primera infancia mediante proverbios
bien conocidos.
La mentalidad primitiva no conoce el espacio y la materialidad. Todo el
mundo exterior está proyectado por la fuerza del número; no consta, pues, más
que de individuos, de seres animados y espirituales. La diferencia entre las
cosas vividas y las soñadas no existe. Así un jefe de una tribu africana cuenta
una mañana que ha tenido un sueño, en el cual viajaba por Europa; sus súbditos
lo escuchan con asombro, lo felicitan por su buen éxito y admiran su valor. La
noción de la muerte, como fin de todo, es todavía ignorada, En tanto que el
muerto es recordado, existe casi como si viviera y cuando se lo ha olvidado, ni
siquiera se puede comprobar que ya no está más allí. Aún los objetos materiales
adquieren vida por la fuerza del número, son Yos que tiene una potencia mágica y personal sobre lo que los rodea. Los árboles,
los ríos y las montañas viven y adoptan una forma humana que se aparece a los
hombres privilegiados. El concepto de espacio que no permite más que ubicar
objetos muertos ha destruido para nosotros toda esa magia, hasta el punto de
que somos incapaces de evocar nuevamente el encanto del mundo primitivo.
Los dos grupos, el de los números y el del espacio, preforman, pues, el
mundo exterior; es, pues, a priori, verosímil que emplee estos dos grupos en el
sentido que proyecta los números en un continuo. Es mediante las simetrías que
logra éxito en su empresa y quisiera mostrar el papel que el concepto de grupo
desempeña en él. Pero, para eso debo hablar de una manera más precisa de este
concepto.
La teoría de grupos parte de una definición simple: un grupo consiste
en un número finito o infinito de elementos que tienen una composición
asociativa, con respecto a la cual existe una unidad y cada elemento tiene un
inverso. El objetivo de la teoría es descubrir todos los grupos que existen y
discernir sus propiedades principales. Ante todo, pues, hay que saber qué es una propiedad de un
grupo. Aún estamos lejos de la solución completa de este problema. Sin embargo,
se puede decir que, para los grupos finitos hemos llegado a un cierto
conocimiento de los fenómenos que se presentan. En lo que toca a la historia de
estos descubrimientos, se pueden distinguir varios períodos. El primero
comienza con Euler, quien, en la teoría de números y en la geometría, describió
un cierto número de grupos. Le siguieron Lagrange, Gauss y Ruffini. El segundo
período comienza con el matemático noruego Abel y el francés Galois, a los
cuales hay que agregar a Cauchy. El tratado de las sustituciones de Camilla
Jordan, aparecido en 1870, constituye la magnífica coronación de este período.
Después de los trabajos de Riemann, fueron Schwarz, Poincaré, Klein y Lie
quienes extendieron el concepto de grupo a la teoría de funciones, a las
ecuaciones diferenciales y a la geometría diferencial, y fue en él donde se
descubrió la conexión fundamental con la geometría no euclidiana, considerada
hasta entonces como un concepto puramente formal. A partir de estos
descubrimientos, el grupo se ha apoderado de toda la física, donde desempeña
hoy en día el papel de un “logos” universal. Esta conquista triunfal es una de
las mayores maravillas que presenta la historia de la ciencia. Desde las
excursiones solitarias de Euler por el dominio de la aritmética, han bastado
dos siglos para hacer este terreno accesible a cualquiera.
Al volver ahora al arte, quisiera citar ante todo a un gran matemático,
Henri Poincaré, quien dijo: Quizás resulte asombroso el oír invocar a la
sensibilidad a propósito de las demostraciones matemáticas, que al parecer no
pueden interesar más que a la inteligencia. Esto equivaldría a olvidar el
sentimiento de la belleza matemática, de la armonía de los números y de las
formas, de la elegancia geométrica. Es
un verdadero sentimiento estético que conocen todos los verdaderos matemáticos.
Y esto es ciertamente sensibilidad” [Henri Poincaré, Science et méthode, París,
1908, página 57. Espasa Calpe Argentina, Colección Austral, 2ª edición, Buenos
Aires, 1946] . Proclo dice en su Comentario de Euclides: “Allí donde hay
número, hay belleza”. Creo que se puede invertir esta última frase y decir:
“donde hay belleza, hay número”. En efecto, es por el número que vivificamos
las cosas; ahora bien,, el arte tiene justamente este objetivo y, por tanto,
pone en juego la fuerza del número. Para mostrar el papel que le cabe al grupo
y a los números quisiera dar algunos ejemplos. Los ornamentos de los egipcios,
tal como se los encuentra en las tumbas de Tebas, están formados por espirales
que se repiten hasta el infinito y recubren el plano. Se ha calculado que
existen diez y siete posibilidades diferentes de simetrías de este género en el
plano, la mayor parte de las cuales han sido halladas en tiempos prehistóricos.
De estas configuraciones puramente matemáticas nacieron los ornamentos
semigeométricos, semivegetales, del arte minoico. Los griegos, quizás el mismo
Arquímedes, agregaron los mosaicos geométricos. Todavía hoy, tienen una gran
importancia en la decoración, hasta el punto que se ha podido decir en 1893
(Flinders Petrie, Egyptian decorative art): “Prácticamente, es muy difícil, o
más bien imposible, hallar una decoración de la que se pueda demostrar que tuvo un origen
independiente y no fue copiada del stock egipcio”. Es cierto que a partir de
1900 se trataron de construir otras nuevas sin la ayuda de las matemáticas,
pero son verdaderos horrores que generalmente se hicieron desaparecer al poco
tiempo.
A los mosaicos de los griegos hay que agregar los polígonos de los
árabes. Consisten en una misma línea que, repetida y retorcida, forma mediante
sus entrelazamientos figuras diferentes, estrellas, cuadrados y aún pentágonos.
Con ayuda de los colores, el mismo ornamento puede adoptar un número
considerable de aspectos diferentes.
Generalmente son subgrupos los que llevan los mismos colores, y es de
esta manera que adquieren eficacia las fuerzas de la simetría. En un ornamento
correcto, cada elemento de simetría debe destacarse mediante alguna marca
especial.
Este mismo principio de los polígonos idénticos se emplea en la
confección de encajes de husos, pero es en la música donde revela su fuerza
inagotable. En efecto, el canon no es más que un polígono sonoro que, puesto en
interferencia consigo mismo, produce un cierto número de compases llenos de
geometría. Probablemente los compositores proceden visualmente. Al escuchar un
canon, debemos seguir cada voz separadamente y al mismo tiempo prestar atención
a la armonía vertical. Hace falta un trabajo penoso y asiduo para llegar a ser
capaz de experimentar el encanto de este arte sublime. A menudo se considera
esta clase de música como un juego más o menos estéril, pero esto está en
contradicción con el hecho de que los más grandes compositores como Bach,
Mozart, Beethoven, han dedicado gran parte de sus esfuerzos a la construcción
de cánones y de fugas, en la que adquirieron un virtuosismo sorprendente. Se
oían cánones en las tabernas que frecuentaba Falstaff y se los oye hoy en los
conciertos de música moderna; forman el corazón de la música y al mismo tiempo
su razón. Lo mismo que, según Poincaré, en matemáticas la inteligencia y la
sensibilidad forman una unidad inseparable, es imposible distinguir en la
música entre el corazón y la razón, diga lo que diga Blas Pascal.
Podría seguir y mostrar cómo todas las melodías y toda la armonía están
impregnadas de números y de geometría, cómo las proporciones dan vida a los
cuadros y la poesía lírica, etc., pero me detendré aquí y transmitiré solamente
la opinión del gran compositor Rameau. En su código de música dice: no es la
música la que forma parte de las matemáticas, sino que por el contrario, las
ciencias forman parte de la música, pues se basan en las proporciones.
D’Alermbert se equivocaba al burlarse de esta frase, pues contiene una gran
verdad. Allí donde hay número hay belleza y estamos en la vecindad inmediata
del arte.»
Del libro Las Grandes Corrientes del Pensamiento Matemático, artículo
por Andreás Speiser, profesor de la Universidad de Basilea, páginas 505 a 509.
Los números que constituyen el mundo interior forman grupo con respecto
a la ley de adición. En efecto, en la sucesión ilimitada de los números
positivos y negativos existe la posibilidad de traslación. Cada número es
centro de simetría del conjunto de los números y está rodeado de idéntica
manera por este conjunto. La realidad nos es revelada en un principio por
nosotros mismos, cuando no conocemos más que el Yo, y por tanto en Uno. Pero,
¿cómo vivificar entonces el mundo exterior y cómo ubicar a otros individuos? El
concepto de espacio nos permite ubicar otro hombre como objeto exterior, pero,
¿cómo darle un alma y un Yo? Para tener la posibilidad de decir: he ahí un
hombre como yo mismo, tenemos que disponer del concepto que nos permita
contarlo junto con nosotros y decir: lo que él es ante mí, lo soy yo ante él.
Es, por tanto, el principio del contorno idéntico el que nos permite proyectar
nuestro Yo, es decir este Uno. Supongamos que todo no sea más que un sueño
nuestro –el concepto de espacio no excluye esta posibilidad- ; entonces, nuestro
prójimo no sería más que un sueño y yo mismo, hallándome frente a él en la
misma posición, yo no sería más que el sueño de un sueño. Ahora bien, nosotros
sabemos directamente que existimos, por lo tanto es necesario que el otro
exista igual que yo. Es este silogismo el que nos revela el yo de nuestros
semejantes y el niño lo aprende desde su primera infancia mediante proverbios
bien conocidos.
Pregunto: ¿Cómo reconoce un león a otro león? ¿Tiene en su mente las
nociones de espacio, yo y grupo?
Ya sabemos que los leones no reflexionan ni argumentan y no se
reconocen a sí mismos frente a un espejo. Puede suceder que ignore la imagen o
que crea que es otro león. ¿De qué manera reconoce un león a otro? ¿No será de
manera automática, por obra de un programa al que llamamos instinto? Pero para
que se desarrolle este programa por sí mismo exige un propósito; o sea, una
explicación teleológica. ¿Será que el Programador introdujo respuestas no
conscientes de manera automática?
Pitágoras descubrió una ley de vibración del monocordio:
Para una cuerda y una tensión inalteradas, la variación de la longitud
de la cuerda hace que el período de vibración sea proporcional a su longitud.
Un piano cubre una gama de sonidos que va desde los 27 ciclos por
segundo hasta 4.096 ciclos por segundo, con doce notas cada vez que se duplica
la frecuencia. Por esta razón se hizo que el ancho de banda de las
transmisiones de radio en AM sea de 10.000 ciclos (cinco mil para cada banda
lateral), para que pudiera escucharse el sonido de un piano, que es el
instrumento de mayor calidad musical de una orquesta. Si se aplicara la
anterior ley de Pitágoras para construir uno, la cuerda mayor debería ser 150
veces más larga que la de menor longitud.
Los pianos pueden ser construidos gracias a dos leyes del matemático
francés Mersenne:
1) Para cuerdas distintas con una misma tensión e iguales longitudes,
el período de vibración es proporcional a la raíz cuadrada del peso de la
cuerda.
2) Cuando una cuerda y su tensión no sufren alteraciones, al variar la
tensión de la cuerda la frecuencia de vibración es proporcional a la raíz
cuadrada de la tensión.
En los pianos modernos, la incorporación del acero ha posibilitado
tensiones de hasta 30 toneladas.
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