viernes, 17 de octubre de 2014

El misterio de Fermat. Una hipótesis


Pierre de Fermat (Beaumont-de-Lomagne, Francia, 17 de agosto de 1601; Castres, Francia, 12 de enero de 1665) fue una personalidad relevante en la matemática, apodado por Erik Temple Bell (Peterhead, 1883; Watsonville, 1960) "el príncipe de los aficionados".

Llamarlo aficionado podría disminuir ante algunos la importancia de los aportes de este jurista, pues esa era su profesión, que "hacía matemáticas" en sus tiempos de ocio. Sin embargo, se codeó con gigantes como Pascal y Mersenne y se anticipó a los descubrimientos y desarrollos de eminencias como Newton y Descartes.

Tenía la inexplicable conducta de no publicar las demostraciones de sus trabajos aunque, a veces, daba soluciones detalladas y exhaustivas a ciertos problemas, como el de las hipotenusas primas y compuestas de las ternas pitagóricas. Eso es una muestra de que no se trataba, en general, de simples conjeturas, sino que sabía de lo que estaba escribiendo. Hay muy pocos errores en sus conjeturas y una única demostración publicada.

Solía escribir cartas a los matemáticos de su época, en las que planteaba sus problemas como desafíos, a veces con ironías que molestaban a algunos de sus colegas profesionales (Alguien dijo: ¡Condenado francés!). Casi todas sus afirmaciones resultaron correctas y hubo que esperar cien, ciento cincuenta y hasta trescientos cincuenta años para que fueran demostradas por las más encumbradas inteligencias dedicadas a la matemática.

Pero, ¿por qué no publicaba sus trabajos?

Nadie ha podido explicar esto. Ni siquiera habríamos tenido un compendio de sus conjeturas de no ser por el esfuerzo de su hijo Samuel, que las recopiló y las editó como obra póstuma en 1679, en un volumen titulado "Varia opera matemática D. Petri de Fermat: Senatoris Tolosani". Por supuesto, quedaron unas cuantas cartas y anotaciones en los márgenes de los libros que leía.

Yo no tengo una respuesta, pero sí una hipótesis: Fermat pudo haber pertenecido a una sociedad secreta y sus superiores quizás le hayan encargado que sondeara la capacidad de los matemáticos contemporáneos, con fines que no puedo enunciar. En los tiempos de Fermat el conocimiento se hallaba en monasterios y claustros, en universidades y en bibliotecas de nobles y ricos. No pocos de los grandes pertenecieron a alguna clase de clero y otros incursionaron en la alta magia, en la alquimia, en el paganismo y sus mitologías y cosmogonías, en el esoterismo o en las sociedades que se decían depositarias de esos saberes ocultos. Newton, por ejemplo, fue alquimista. Descartes fue rosacruz.

Todos ellos sabían griego y latín y no pocos agregaban hebreo y otras lenguas semíticas. En esas actividades hay dos grandes tipos de experiencias: la enseñanza de doctrinas secretas y las iniciaciones. Una doctrina secreta es un conocimiento que se pasa al recipiente previo juramento de silencio. La iniciación, en cambio, es una experiencia cuya naturaleza es intransmisible. Hay un ritual asociado, que también juran no revelar pero, aunque se violara el secreto del rito, éste por sí mismo no confiere iniciación. Es eficaz solamente en sujetos iniciables.

Siempre se ha dicho, pero no probado, que hay un conocimiento oculto proveniente de una civilización pasada. Quizás los superiores de Fermat quisieron medir cuán cerca se hallaban los profanos de descubrir esos secretos; o bien, de ponderar cuán ocultos estaban todavía.

Lo cierto es que Fermat no publicaba sus demostraciones. Lo demás es conjetura.

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